Una vez más, se escapó el sueño de la Argentina de poder ganar la Copa Davis, premio que siempre le fue esquivo. Personalmente no me afecta en lo más mínimo, tengo cierto rechazo hacia el deporte (argentino), y más que nada a cómo lo viven los argentinos. De repente, todos opinamos sobre él, nos sabemos la formación completa (incluyendo el cuerpo técnico, los ball boys y el aguatero), y no importa de qué sea el torneo, si de pato, polo, golf, carreras de tatú carreta, siempre va a haber algún(os) argentino(s) mirándolo, hinchándolo, y hablando sobre él.
Y eso me da ASCO. Porque no sólo se creen especialistas en algo que no lo son, y si lo fueran, es solamente circunstancialmente (mientras dure el torneo; a los dos días se olvidan, agarran la grilla deportiva y se fijan en qué pueden enfocarse y creerse doctos esa semana), sino porque además se la creen.
Cuando el equipo gana, es “eh, qué bien que jugamos, ganamos locoooo!”; cuando pierde, “son unos pechos fríos, yo lo hubiera ganado con el décimo de esfuerzo”. Y por supuesto, antes de que empiece la copa, siempre tenemos todas las chances de ganar (si no viene Nadal zafamos, vamos a romperles el culo y sacarles los calzones del orto al resto de los españoles!), hasta que en los últimos cinco minutos del partido los argentinos caen en la cuenta que no tienen ni la más PUTA chance de ganar. Y ahí es cuando empiezan las críticas de “qué mal que jugaron” (sí, 3era. persona plural).
Soy bastante patriótico yo, banco a Argentina con todo mi corazón… pero a veces, me da “placer” (no exactamente, pero sí algo pareicdo) que pierdan. Simplemente quiero que pierdan, para que se calle la boca el resto de los pelotudos que creían que iban a ganar.
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