Antes:
Después:
llega “The Cat Is On The Barbecue”. Podría sonar como una suerte de nombre en código para algo, pero no che: es literal.
Hace ya bastantes meses que uso Windows 7, desde la versión Alpha más o menos, que era bastante inestable, y hasta estos días siempre estuve bastante conforme con él. Pero encontré algo que, honestamente, me resulta inadmisible.
No dejemos de lado igual que fueron varios meses los que requirieron que encontrara una falla de este tamaño, pero bueno… no deja de ser algo groso.
Microsoft: NO, NO, NO! EL FREECELL NO PUEDE TENER UNA OPCIÓN DE “UNDO”!!!
Le saca toda la gracia al juego. Cuando ves que tenés un juego tan irremontable como un barrilete de mármol (dicho de @eDonkey, co-worker), simplemente le das masa al Ctrl + Z hasta que llegas a 0 de nuevo… y tenés otra chance. Simplemente inaceptale. Nunca tenemos más de una chance en la vida, por qué la deberíamos tener con un juego?
Escrito por Rolando Hanglin para La Nación, visto en el Facebook (pero tengo el tweet :P) de Ismael Briasco. Posteo motivado porque ayer le di 0.25$ a un trapito y… me la tiró por la cabeza. Sé que fui un miserable, pero a) no tenía ninguna otra moneda encima (no le iba a dar un billete, porque era de 10$ y además era el único que tenía :D), b) el tipo en ningún momento me “ofreció” cuidármelo porque, de hecho, c), no estaba cuando yo llegué.
A las seis de la mañana, escuchando la eufórica carcajada de los horneros, con un sol ya picante en la madrugada fresca, el señor Fernández sube a su auto en Ramos Mejía Norte, cerca de la antigua Avenida Gaona, hoy Acceso Oeste. Dispone de un pequeño garage, donde los chicos guardan también un triciclo y una bicicleta con rueditas auxiliares, más que nada para colocar estos bienes lejos de la mirada de los ladrones, que podrían tentarse al ver semejante botín desguarnecido, incluyendo las sábanas tendidas en la soga del patio. Por lo demás, el candadito del garage no resistiría dos o tres empujones decididos.
Parte el señor Fernández, la radio encendida, el alma llena de proyectos optimistas. No es el suyo un coche importante: apenas un Corsa de segunda mano. Pero se encuentra en buen estado y es un auto digno, de sobrio color azul marino, que Fernández está pagando en cuotas desde el año pasado. Al cabo de veinte años como visitador médico especializado en insumos de ortodoncia, se siente recompensado por ese vehículo que representa, de algún modo, su salida del proletariado peatonal.
Al llegar al cruce, Fernández frena respetando la luz roja. Se le acercan dos muchachos de uniforme con unos papeles.
– Somos de los bomberos, jefe. Se nos fundió la autobomba. Ponga un mango, jefe.
– ¿A qué bomberos pertenecen ustedes?
– ¡A los bomberos, maestro! ¿No sabe lo que son los bomberos! ¡Somos los que apagamos los incendios, somos!
El segundo uniformado, más ceremonioso, se acerca con una sonrisa.
– Es un pesito, papá. Mirá la rifa que tenemos: te ganás un departamento en Mar del Plata, una camioneta cuatro por cuatro, un televisor plasma. ¡Cien mangos sale la rifa!
– ¿Cien pesos?
– Sí mi amor. Dame la dirección que tenemo que pasar a cobrarte todos los meses. Son doce cuotas de cien pesitos. ¡Pero mirá los premios que tenés! Es posta posta. Dale, dictame la direción…¿Qué calle es?
– ¡No, no puedo! Perdón, muchachos, tengo que seguir…
Fernández arranca precipitadamente. El bombero (?) que se había apoyado contra la ventanilla, algo fastidiado por la maniobra brusca, se queda protestando.
– ¡Epa che! ¿Qué hacés? ¡Tené cuidado!
– ¡Asesino! – agrega el otro.
– ¡Dios quiera que no se te queme la casa! ¡Después llamá, a ver si te apagamos el fuego, gil!
Fernández los deja atrás y pisa el acelerador por una larga avenida, sombreada por antiguos eucaliptus. A las 6:15 debe detenerse porque hay un corte: se trata de los ocupantes de un predio baldío. Han incendiado dos neumáticos y baten el parche de tres bombos, en acción de protesta porque un juez insensible los quiere desalojar. Hay hombres encapuchados, armados de palos y piedras. También mujeres con bebés en brazos, niños de toda edad y perros. El predio con las chozas de cartón se ve a unos 100 metros, custodiado por la policía, que también ha determinado el corte del tránsito, formando una nutrida fila de vereda a vereda. Fernández se acerca lentamente con su auto. Un oficial se le aproxima, ceremonioso.
– Señor oficial, déjeme pasar. Tengo que ir a trabajar. Se me hace tarde.
– No puedo, amigo. Desvíese, busque otro camino. Tengo órdenes de custodiar este corte para no criminalizar la protesta social. Circule, señor. Estoy cumpliendo con mi deber. No me comprometa, señor.
Fernández da marcha atrás y retoma, al igual que otros furiosos automovilistas. Su cabeza empieza a funcionar más rápido: debe encontrar un camino apto: tal vez la avenida Rivadavia. ¿Subir a la autopista en Liniers?
A las 6:32, como un ratoncito acorralado, Fernández se encuentra en pleno atascamiento. Ni siquiera sabe el nombre de esa calle, porque los carteles han sido arrancados, pero está en el límite de la ciudad de Buenos Aires y la Provincia.
– Somos los héroes de las Malvinas, men . A ver si das una mano (lo apura un señor de fuerte aliento alcohólico). Sus compañeros se distribuyen a todo lo ancho de la calle, requiriendo dinero a los otros automovilistas. En este caso, Fernández entrega diez pesos. Luego saltan ágilmente, ante los autos embotellados, dos acróbatas de 15 años que practican el sencillo truco de mantener tres bolas en el aire. Son de la Escuela de Circo “Patria o Muerte”. Tras el breve número, los adolescentes pasan la gorra por la ventanilla de los autos. Son las 7:40.
– Tengo que llegar, tengo que llegar -masculla desesperado Fernández: avanza y retrocede bruscamente en movimientos cortos y luego retoma hacia atrás, con un chirrido de gomas. Mira por el espejo retrovisor y ve a unos desconocidos que le arrojan piedras.
– ¡Asesino! ¡Asesino! – Pero los gritos quedan atrás.
Son las 9 de la mañana. Sudoroso, perdida ya la apostura matinal, Fernández llega a su primer destino, un consultorio sobre la Avenida Nazca, ya dentro del territorio de la Capital. No hay estacionamiento. Después de recorrer 20 cuadras interminables, llega a un gran letrero donde se lee “Parking” en letras rojas. Pero un hombre que lleva la camisa fuera del pantalón, agitando un pañolón sucio, le sonríe tristemente:
– No hay lugar, no hay lugar.
Fernández no se dejará vencer tan fácil. Vuelve a la dirección inicial y allí encuentra un claro perfecto, junto a la acera, donde estaciona con hábiles maniobras. Una vez colocado el coche, pone punto muerto y baja.
– Te cuido el coche, papá – decide un muchacho que mastica un escarbadientes.
– Bueno…¿Cuanto es?
– Veinte pesos, papi.
– ¡Epa! ¿No es mucho?
– Más caro te va a salir si te lo rayan todo, papi.
– Comprendo. Bueno, tomá.
Media hora más tarde, cumplida su diligencia, Fernández vuelve a su auto. El cuidacoches no está por ninguna parte. Seguramente se fue a tomar un vino o dos con los veinte pesos. Fernández, satisfecho del deber cumplido, se sienta en su auto y prende el arranque. Al levantar la mirada, ve que tres muchachos armados de varas y tachos avanzan de frente hacia su automóvil. Parecen grandes bichos negros de punzantes antenas. Cree que lo van a atacar.
– ¡No, no, no! – exclama aterrado. Fernández ama a su auto más que a su mujer; los domingos lo lava, lustra y pule con ternura.
– Te limpiamos el parabrisas macho. Un toque.
– ¡No, no, no!
– Vamos, macho, soltá un dinero.
Sordos a sus reclamos, los tres muchachos pasan esponja y trapo por el parabrisas, se llevan sus diez pesos y se van.
Fernández vuelve a la ruta. Le faltan todavía ocho visitas. Pasará por infinidad de semáforos. A lo largo de su viaje se topará con dos payasitos de nueve años, una mujer con su niño dormido en brazos pidiendo por caridad en las ventanillas, varios piquetes armados de palos, numerosos héroes de las Malvinas y hasta unos jóvenes que dicen pertenecer a los Pueblos Originarios. Cada uno con su alcancía y su amenaza.
Fernández apenas interrumpe su jornada para comer un sandwich de chorizo en un dudoso chiringuito de la Costanera. El establecimiento no tiene agua, de modo que los chorizos nadan en un gran tacho de hojalata y de allí van directo a la parrilla. El patrón, con unas manos negras de grasa y carbón, arma el sandwich, ofrece una gaseosa tibia y chimichurri.
– Esta botellita es con ajo, esta es sin ajo. A mí me gusta con ajo, jefe pero eso es cuestión de cada uno. Sírvase.
El chorizo resultó buenísimo y Fernández se aleja agradecido porque pagó solamente diez pesos.
Después de tanto caminar, hay que llenar el tanque de nafta. Son cien pesos. El operario se ofrece generosamente a limpiar el parabrisas, que de todas formas está impecable porque ha sido fregado ya muchas veces, y recién entonces inicia Fernández su regreso a casa. Elige un camino despejado, aunque lleno de ladrones que esperan su oportunidad detrás de los árboles, y prende la radio para escuchar opiniones políticas, reportajes de actualidad, las conclusiones de un día más en la ajetreada vida de la ciudad y el país.
Inevitablemente se encuentra con un embotellamiento a las 18 horas, y más tarde una marcha de desocupados que exigen Justicia con grandes carteles. Algunos golpean el capot del Corsa con furia. Uno de ellos, tal vez achispado, le grita:
– ¿Qué te pasa, oligarca? ¿Estás apurado?
Pero al cabo de una hora el camino vuelve a liberarse y Fernández enfila raudo hacia su discreta casita suburbana, donde lo esperan su mujer y sus hijos. Mientras escucha los afilados análisis políticos, algo parecido a la felicidad comienza a brotar de su interior. Es que va ligero, con la ventanilla abierta, en mangas de camisa, meditando sobre un día fructífero: a pesar de todos los impedimentos, consiguió trabajar.
Y hay algo más: lo han llamado “oligarca”. Mientras entra, con noche de luna, en su barrio, oliendo jazmines y mirando a derecha e izquierda (el momento de la llegada a casa es el más peligroso, por los asaltos a mano armada) el señor Fernández piensa que, en efecto, tiene algo de aristócrata. Posee una casa y un auto. Por eso lo persiguen los policías de tránsito, cazadores de multas, y lo hostigan los desheredados del mundo. Fernández es ri-co.
Baja del auto, se desespereza y pone la llave en la cerradura. Se siente un Anchorena, un Pereyra Iraola, un Alzaga Unzué. ¡Oligarca, le han dicho! Como todo argentino, sueña que es un estanciero que posee infinitas hectáreas de pampa húmeda y que se embarca para pasar medio año en París, llevando a bordo la vaca lechera: ¿Por qué no? Es bueno tomar un desayuno natural, por la mañana.
Modestamente, uno ha llegado.
El otro día me llamó la atención ver en una esquina a una madre con su hija de 4-5 años, esperando a que el semáforo se pusiera en verde para ellas y pudieran cruzar, y al costado junto a ellas (pero no con ellas), un hombre en silla de ruedas. La nena se le quedaba mirando, y la madre, ya el semáforo en verde, tiraba de su brazo, pero la nena seguía obsesionada mirando al hombre en silla de ruedas.
Me hizo recordar a unos (bastantes) años atrás en que fui a Tandil con familiares (hermana, su esposo de entonces, hijo e hija, es decir, mis sobrinos), y nos alojamos en una casa donde también se encontraban de vacaciones una familia amiga de ellos. Como mi cuñado tenía “negocios” en un campo cercano de ahí, usualmente íbamos para pasar el día (cabalgando, comiendo asado, como fuera). Quienes cuidaban el campo tenían un hijo, que se encontraba en silla de ruedas, por alguna enfermedad (hidrocefalia, creo) que padecía desde su nacimiento y que por su hábitat rural y no haber vivido en una ciudad, donde hubiera tenido acceso a mejores tratamientos, no pudo solucionar.
La familia amiga tenía un hijo, también de unos cinco años, que eventualmente le hizo la pregunta a mi hermana: “Cuándo se va a levantar el chico de la silla de ruedas?”. Una pregunta que enternece (y entristece) por lo inocente. Y lo que vi en esa esquina esa mañana me trajo a colación este recuerdo porque esencialmente fue la misma situación: dos niños que no podían entender que una persona se quedara sin piernas, que no las pudiera usar; tanto como les debe ser muy difícil lidiar con la muerte, comprender que algo que antes estaba ya no está más.
Y creo que en ese momento ambos chicos se enfrentaron a la cruda realidad de la vida, e iniciaron el tortuoso camino de la pérdida completa de la inocencia. (fah).
Si tienen un poco de tiempo y manejan más o menos el inglés, les recomiendo este artículo que salió en un blog (Economyx) del New York Times, titulado “What Happened to Argentina?“.
Si bien el artículo en cuestión puede resultar bastante vago en cuanto a lo que plantea (por plantear obviedades, no desarrollarlas ni explicar las cosas como se deben, simplificar todo hablando simplemente de un factor, la educación, cuando en el medio juegan mucho más agentes), lo que me interesó más que nada fueron los comentarios que hay en el mismo (gracias a los blogs por existir; en un medio tradicional esto no hubiera sido posible). Si bien el sistema de comentarios del NY Times podría ser mejorado (agregar la posibilidad de hacer replies, ya que de otro modo los comentarios terminan pareciendo diferentes monólogos o biólogos entre comentarista y autor; con replies, podría armarse un feedback mucho más interesante entre los comentaristas)… eso ya es otro tema.
Este artículo me interesó bastante también porque toda mi vida mi viejo me reiteró continuamente que lo que debía hacer era irme del país, porque acá el futuro para mí no iba a ser lo mejor, y podía encontrar mejores oportunidades afuera. Siempre opiné distinto que él, creyendo que podía ayudar de algún modo a que cambien las cosas y no ver descender constantemente a nuestro país. Pero este año en particular, por ninguna razón en especial sino por la situación en general (sobretodo con el gobierno actual) llegué a un punto “límite”, en el cual me sofoqué de tanta mierda que hubo junta (y que sigue habiendo), y realmente me planteé si lo mejor no sería irme, en cuanto pueda, afuera. A lo que iba, por suerte artículos como este, si bien bastante negativos con respecto al estado actual y el porvenir de Argentina, son muy útiles (en este caso, aclaro de nuevo, no por el artículo en sí sino por el “debate” posterior) para poder intentar ver qué es lo que está mal desde una perspectiva que uno quiere creer que es objetiva y ajena a la cosa (aunque se nota que hay varios comentaristas de Argentina, o el caso de “Eduardo Real”, que es oficialista hasta las pelotas 😀 ), y reflexionar acerca de qué se puede hacer para mejorarlo.
El autor del artículo “prometió” hacer futuros posts al respecto, utilizando como referencia el primero… si me llego a enterar cuando los haga (al de hoy llegué de casualidad, por un mail de la lista de correos de mi Facultad), voy a tratar de postearlo. Que lo disfruten.
Un cover de la canción “Le moribund” de Jacques Brel, hecho por Beirut. Canción que me está quemando la cabeza hace unos días. Disculpen por la calidad del audio: es lo que hay.
Adieu l’Émile je t’aimais bien
Adieu l’Émile je t’aimais bien tu sais
On a chanté les mêmes vins
On a chanté les mêmes filles
On a chanté les mêmes chagrins
Adieu l’Émile je vais mourir
C’est dur de mourir au printemps tu sais
Mais je pars aux fleurs la paix dans l’âme
Car vu que tu es bon comme du pain blanc
Je sais que tu prendras soin de ma femme
Je veux qu’on rie
Je veux qu’on danse
Je veux qu’on s’amuse comme des fous
Je veux qu’on rie
Je veux qu’on danse
Quand c’est qu’on me mettra dans le trou
Adieu Curé je t’aimais bien
Adieu Curé je t’aimais bien tu sais
On n’était pas du même bord
On n’était pas du même chemin
Mais on cherchait le même port
Adieu Curé je vais mourir
C’est dur de mourir au printemps tu sais
Mais je pars aux fleurs la paix dans l’âme
Car vu que tu étais son confident
Je sais que tu prendras soin de ma femme
Je veux qu’on rie
Je veux qu’on danse
Je veux qu’on s’amuse comme des fous
Je veux qu’on rie
Je veux qu’on danse
Quand c’est qu’on me mettra dans le trou
Adieu l’Antoine je t’aimais pas bien
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Adieu l’Antoine je t’aimais pas bien tu sais
J’en crève de crever aujourd’hui
Alors que toi tu es bien vivant
Et même plus solide que l’ennui
Adieu l’Antoine je vais mourir
C’est dur de mourir au printemps tu sais
Mais je pars aux fleurs la paix dans l’âme
Car vu que tu étais son amant
Je sais que tu prendras soin de ma femme
Je veux qu’on rie
Je veux qu’on danse
Je veux qu’on s’amuse comme des fous
Je veux qu’on rie
Je veux qu’on danse
Quand c’est qu’on me mettra dans le trou
Adieu Antoine je t’aimais bien
Adieu Antoine je t’aimais bien tu sais
Mais je prends le train pour le Bon Dieu
Je prends le train qui est avant le tien
Mais on prend tous le train qu’on peut
Adieu Antoine je vais mourir
C’est dur de mourir au printemps tu sais
Mais je pars aux fleurs les yeux fermés ma femme
Car vu que je les ai fermés souvent
Je sais que tu prendras soin de mon âme
Je veux qu’on rie
Je veux qu’on danse
Je veux qu’on s’amuse comme des fous
Je veux qu’on rie
Je veux qu’on danse
Quand c’est qu’on me mettra dans le trou
Como en el trabajo no tengo la discoteca que sí tengo en casa, desde hoy me propuse un método diferente para empezar a conseguir más música (nueva, dentro de lo posible). Entrar a Taringa! cada día, ir a la sección de música, y escoger uno de los CD (dentro de lo posible, de una banda que no conozca) que haya en la primera página.
En el caso de hoy la suerte la tuvo Escala (y yo). Cuando vi esa foto, me dije: “Con esa formación, la banda no puede fallar”. Una banda de 4 mujeres, formando un cuarteto de cuerdas (2 violines, viola y cello). Simplemente espectacular, y les recomiendo que lo consigan. Hacen covers de temas bastante conocidos con su cuarteto de cuerdas, al estilo de Apocalyptica, pero bastante menos heavy, y con 4 minas re-partibles. Si pueden, péguenles una ojeada (y una escuchada 😉 ).